
Javi estaba solo, sin Lorena, el banco vacío a su lado era un constante recuerdo de esa tarde. De los errores estúpidos que cometió: ¿por qué abrió esa puerta?, ¿por qué mierda se paralizó?, ¿por qué tuvieron que ir a la manifestación, en primer lugar?
Los días pasaban iguales e interminables. Despertarse. Tomarse el 87. Ir al colegio. Llegar a casa. Dormir, y que se repita la rutina. El único consuelo digno que tenía era ver la foto que les sacaron en segundo año. Javi había salido con un ojo más chico que el otro, mostrando sus colmillos doblados que él tanto odiaba a la cámara. Pero estaba feliz. Y al lado, Lore, agarrada de él como garrapata, con su pelo largo y ondulado, su sonrisa y cara iluminada como siempre. Tenía eso y el sabor a nicotina en la boca acompañado del balconcito berreta de su edificio.
La extrañaba horrores. El corazón se le estrujaba y lo obligaba a que le salten algunas lágrimas acá y allá. Las noches eran lo peor porque su cabeza no paraba ni en las altas horas de la madrugada. Con los borrachos del barrio de fondo y algunos perros ladrando, no podía evitar pensar en qué carajo le estarán haciendo a Lorena. A su Lore, la chica más fuerte y decidida que alguna vez conoció, la chica que daba los besos más dulces del planeta, la que tenía una paciencia inagotable para explicar matemáticas Era la chica que iba y luchaba por sus derechos, la que terminó desaparecida. En esos momentos, lo único que quería Javi era estallarse la cabeza contra la pared y dejar de pensar. No podía hacer nada. No sabía quiénes se la llevaron ni qué querían de una joven piba de dieciséis. No sabía nada.
Tampoco podía contar mucho lo que había pasado, por lo menos por ahora. Trataba de ir lo más frecuentemente posible a la casa de Lorena y preguntarle a la vieja si sabía algo más, si había noticias. Pero nada, Daniela, la madre de Lorena, incluso lo invitaba a entrar y tomar unos mates por la molestia de venir, pero Javi no podía. No podía estar de vuelta en el mismo lugar donde estuvo esa tarde sin pensar en los gritos, en los platos rotos, la sangre y el miedo, sin querer vomitar.
En la vuelta a su casa ya ni podía escuchar su walkman sin mirar de manera constante, ansioso y perseguido, la vereda de enfrente y a cada persona que pasaba. Presentía que, en cualquier momento, iba a ser su turno. Que lo iban a meter en el baúl de un falcon verde e iban a hacerle todos esos horrores que se decía que hacían los milicos.
Pasaron los meses, después los años, después las décadas. Lore no apareció.
Ya habiendo vuelto la democracia, lo único que le quedaba de ella eran algunos recuerdos, que se volvían cada vez más borrosos. Estaba olvidando su cara, sus facciones. Ya no podía formar la enteridad de su cara en su mente. Entre lágrimas y pitadas de cigarrillo, Javi trataba de hacer memoria, de recordar. Ya no vivía en Varela. Se había mudado un poco más lejos, esperando que las memorias de su juventud empaquen con él.
Con el paso del tiempo,perdió contacto con Daniela y con sus compañeros de secundaria. Solo le quedaba esa foto.
–¿Cómo estás esta semana Javier?, ¿cómo te fue en la entrevista de trabajo? –le preguntó la psicóloga, terminando de anotar la fecha.
Silencio.
Javi se tocaba el pelo, que ya no era negro y tenía unos mechones grisaceos a los costados de la cabeza. Ahora su cara estaba decorada con arrugas en la frente y la boca, patas de gallo en los finales de sus ojos oscuros, ojeras igual de oscuras que a los 17. Desde el trabajo le habían asignado una cita terapéutica, por conducta conflictiva, dijeron. Su pierna no paraba de moverse, de alguna forma lo ayudaba a tranquilizarse, lo hacía sentir en control.
Después de abrir la boca múltiples veces y que no salga nada, dice -escupiendo las palabras-:
–Me estoy olvidando de su cara.
Hubo una pausa. La psicóloga lo miró por unos segundos, sorprendida de que, finalmente, volvieran a tocar este tema, el que desgarró a Javier de manera inimaginable, dejándolo marcado para siempre.
–¿La cara de Lorena?
Javi sintió un nudo en la garganta cuando escuchó el nombre salir de la boca de ella. Lorena. Ahogando las lágrimas que sentía que venían asintió, mirando al piso, frotando sus manos, moviendo la pierna. Lo que sea para distraerse.
–Era hermosa.
Se le quebró la voz al decir “era”, porque significaba aceptar que ya no está. Que ella no iba a volver. Que iba a quedar joven por siempre, una foto inmortal. No estaba ni viva ni muerta.
–Única como ella sola. Tenía tanta seguridad en ella que opacaba a todos. Con esa sonrisa contagiosa, esos rulos que acariciaban su cara hasta caer por debajo de sus hombros. No tenía miedo de decir lo que opinaba–, Javi hizo una pausa, replanteándose si decir lo que pensó por tantos años,–y eso la terminó matando.
Ella bajó la lapicera y el anotador.
–¿Por qué no me contás más sobre esa tarde, Javi?, sobre el día que se llevaron a Lorena.
Javier se quedó callado. Imágenes de lo que pasó venían como ráfagas a su cabeza. El portazo, los hombres, el dolor, el miedo, el silencio.
Tragó y miró al suelo, con los ojos perdidos en la nada. Con un hilo de voz, dijo: –Habíamos salido del colegio un poco más tarde de lo normal. Estábamos cerca del día del estudiante y, como todos los años, Lorena estaba practicando para el baile de primavera con el resto del curso. Hacía poco habíamos ido a una marcha por el boleto estudiantil. Ella me había insistido tanto para ir, y yo acepté porque me quería asegurar que no le pasara nada–. Él respiró hondo mientras que la voz le titubeaba. No la pudo salvar. No pudo. –Fuimos a su casa que quedaba más cerca. Era chica pero linda, era un hogar. Había volantes apilados por toda la casa, eso era lo que hacía ella. Yo no me animaba, sabía que te perseguían por esas cosas. Mirá que le dije, eh: ¨No te metas en esas cosas Lore, están re locos y te pueden agarrar¨, pero obvio que ella no me daba bola. Eran tipo seis y media, ella quería tomar mate y yo estaba cagado de hambre. Saqué los bizcochitos que quedaron de la mañana y ella empezó a cebar el mate. Todo iba bien, nos quedamos charlando por dos, tres horas.
Ya ni me acuerdo qué me estaba contando, seguro de algún bardo entre su grupo de amigas, hasta que suena la puerta. Golpeaban como si quisieran tirarla abajo. Daniela, su mamá, no era porque no llegaba hasta las 11 de su turno, y el papá de Lore ya no vivía con ellas. Los golpes no cesaban, hasta que se empezó a escuchar una voz grave y dura que no se entendía bien lo que decía. Con el sabor amargo del mate en la boca me paré, mirándola, tratando de descifrar qué debíamos hacer. Me miró con tal terror que me hizo sentir escalofríos bajándome por toda la espalda. “̈Decí que no estoy”, me dijo de repente. No sé si fue el miedo del momento, pero también me pareció lo más sensato para hacer en ese momento. Me acerqué a la puerta y tragué. Me temblaban las manos cuando abrí. Me preguntaron si se encontraba la señorita Lorena Ramos. Respondí que no, tratando de mirarlos a los ojos. En frente mío tenía a un hombre alto y grandote, con un bigote característico, atrás, como matones, estaban los otros. No me salía la voz. Podía sentir sus miradas mientras me preocupaba por si la habían llegado a ver, trataba de tapar lo más posible el fondo para que no lleguen a divisar nada. Parece que el que tenía enfrente lo notó, y pegó un golpazo a la puerta que mostró todo el living. Me exalté, pero traté de no mostrar el miedo que me pasaba por las venas.
Cuando entraron de golpe, me congelé. Quería pararlos, gritarles que se fueran, algo. Pero no pude. No podía. Empezaron a revisar el lugar y yo con la mirada buscaba desesperadamente a Lore. Dos de los matones se metieron por el pasillo de la casa que llevaba a los cuartos y el baño.
Uno que salió de la cocina salió con Lorena, agarrada del pelo casi arrastrándose por el piso–. Javier hizo una pausa y pasó sus manos callosas por su pelo grisáceo mientras bufaba para no dejar salir las lágrimas. –Casi me tiro encima del hijo de puta, me acuerdo que grité su nombre desesperado, hasta que me agarraron del brazo tirándome para atrás. Estaba en el piso como ella. La seguían teniendo agarrada, mientras lloraba y me miraba con miedo. No podía despegar la mirada de ella. Los milicos susurraban cosas entre ellos, algo de montoneros y manifestantes. La levantaron con brutalidad mientras que ella gritaba...–. Su voz se volvió débil al recordar los llantos y gritos de Lorena. Su Lorena.
-…me zafé del agarre del milico ese y me tiré encima del que la tenía del pelo, pero no sirvió de mucho. Le pegué con uno de los platos, fue lo primero que se me ocurrió. ¡Qué pelotudo! Le sangró la nariz, me acuerdo que se llevó la mano a la boca y se vio la sangre que le manchó el uniforme. Ya de atrás me había agarrado el bigotudo con fuerza. “Te voy a matar, pendejo de mierda”, me dijo después de escupir un poco de la sangre y tirarme al suelo para golpearme y golpearme. Yo ya no sentía nada, solo trataba de poder verla mientras que todo se me hacía borroso. En un momento el bigotudo le ponía una mano en la espalda al que tenía yo encima, como un “ya está”.”Solo necesitamos a la nena”, dijo.
Salió de arriba mío y mientras me retorcía de dolor pude ver cómo se la llevaban por la puerta, cómo la arrastraban. Escuchaba… escuchaba cómo Lorena me llamaba, cómo lloraba.
Javi hizo una nueva pausa, no pudo contener más las lágrimas. Empezó a llorar acongojado, sentía que el corazón se le estrujaba, que se podía ahogar en el llanto por tantos años de haberlo guardado. La psicóloga no dijo nada, dejó ir un suspiro que tenía contenido.
–…no pude hacer nada. Se la llevaron enfrente mío y yo apenas me podía mover. Con la poca fuerza que tenía, me arrastré hacia la puerta, podía escuchar los gritos de Lorena alejarse cada vez más. Los vecinos miraban desde sus casas, entre las cortinas con las luces apagadas. Todos nos conocían, pero no nos iban a ayudar. Desde el marco de la puerta vi cómo la tiraban al baúl… cómo sin importar mis gritos, llamándola y pidiendo ayuda, no la iba a volver a ver más.